El verdadero valor de los libros en papel frente a los ebooks

Voy a comenzar con un par de citas de «1984» de George Orwell, donde el protagonista, Winston Smith, que trabajaba en el Ministerio de la Verdad, tenía como tarea el remendar lo escrito.

La historia era un palimpsesto, borrado y reescrito tantas veces como fuese necesario. En ningún caso habría sido posible, una vez hecho el cambio, demostrar que había tenido lugar una falsificación.

Los libros también volvían a escribirse una y otra vez y se reeditaban sin admitir que se hubiese hecho el menor cambio.

Esta obra, publicada en 1949 nos detalla cómo el Ministerio de la Verdad podía editar y volver a modificar lo sucedido, lo dicho y todo lo que hubiera acontecido según sus gustos y necesidades, un ataque contra la cultura, la libertad y por supuesto, la inteligencia de los lectores que previamente recordaran algo de lo ocurrido, es escalofriante, aunque menos mal que solo es ficción.

El maravilloso libro, posible anatema hoy en día, profundiza aún más al hablar de la neolengua, una adaptada a las necesidades del poder en la que se eliminan conceptos y se simplifican las construcciones lingüísticas.

Me surge la pregunta sobre en qué medida puede llegar a ocurrir lo mismo en un futuro más o menos cercano y más o menos de la misma manera.

Esta duda me asalta tras la lectura de algunos artículos en los que, debido a que algunas sensibilidades se han visto afectadas, los editores de Agatha Christie, Rohal Dahl, Enid Blyton, Mark Twain, Louisa May Alcott, Emily Brönte o RL Stine, este último aún con vida, han decidido modificar las obras originales y han alterado los escritos de los autores para evitar molestar a algunos de sus lectores.

Como siempre, me voy a alejar del rio de la política que nos arrastra hacia debates estériles y querría profundizar en los siguientes hechos:

  1. Modificación de los textos.
  2. Modificar a los autores.
  3. Tenencia de la obra en cuestión.

¿Modificar los textos es modificar la cultura?.

Tenemos un texto y a alguien le parece mal, no le gusta, le ofende, con lo que se busca una combinación de palabras que evite incomodar a cualquiera y de ese modo, acomodar la letra a los tiempos.

Puede sonar bien pero creo que es un error porque el texto original sin ser mejor o peor, es el real, el que el autor escribió fruto no solo de su creatividad si no de la sociedad y circunstancias que le rodeaban en su tiempo y que además, quería reflejar. Por tanto, aunque contenga expresiones inadecuadas a nuestro tiempo o sensibilidad, eran propias de aquellos momentos y situaciones, con lo que alterando el texto, mutilamos la esencia que solo el autor nos ha podido transmitir.

¿Queremos modificar los textos o a sus autores?.

Dónde está el límite o incluso el punto de partida para una edición, vamos a eliminar todo lo que a alguien le moleste?. Deberíamos de dulcificar toda la bilis con la que esos personajes crueles y también realistas han sido retratados?. Vamos a hacer a los malos menos racistas, menos crueles, menos ofensivos ?.

Y qué ocurrirá si nuestra sensibilidad como sociedad cambia, hacia un lado o hacia otro, ¿volveremos a editar los libros de nuevo ?.

O mejor aún, podríamos editar obras porque no se adapten a las intenciones de unos o porque sus autores hayan sido un tanto despreciables, por ejemplo, el propio Orwell, que cito en este artículo fue un poco chivato, Lewis Carrol de Alicia en el país de las maravillas se sentía atraído por chicas menores y Virginia Woolf, HP Lovecraft o Jack London, por citar solo a algunos de renombre, eran un poquillo xenófobos y racistas, llegando incluso a justificar el Holocausto judío. Como sea, sus obras siguen siendo cultura.

En definitiva, somos mejores que Dickens, Shakespeare, Erasmo de Rotterdam, Henry Miller, Anthony Burgess, Twain y muchos otros a la hora de definir un entorno, una situación o una difícil conversación, porque esos y otros grandes de la literatura a veces disfrutaban de una áspera acidez a la hora de escribir pero sin esas letras, sus mundos y personajes no habrían sido dotados de tanto realismo y detalle… ¿van a ser tan buenos y tan geniales aquellos que los enmiendan?.

La propiedad de la obra digital adquirida.

Todo esto no podría ser posible si las editoriales no tuvieran el mismo grado de acceso a nuestras obras que el Ministerio de la Verdad y es que, a todos los efectos, los ebooks o libros electrónicos que has comprado, no son tuyos si no que son suyos y como tal los cambiarán a su antojo y placer.

Al igual que cuando actualizas una app de tu móvil y se sobre escribe la información sobre la antigua, eliminando funcionalidades o añadiendo otras, tu libro es suplantado por un impostor.

El inigualable valor de los libros en papel.

Michael Scott, el de Dunder Mifflin, estaría orgulloso de todo lo que a día de hoy significa el papel y es que no quiero parecer un neoludita pero siempre he sido un defensor del libro en papel, de algún modo, me parecía que tener la obra física, el paso de las hojas, poder marcar algo, escribir, llevarlo contigo ocupando un espacio o incluso, poder perderlo, era un valor intrínseco frente a su contrapartida online.

Reconozco el éxito y la utilidad de los ebooks, no pretendo ser hipócrita en ese sentido ya que mi libro El camino de los negocios lo he publicado tanto en su versión online como en papel pero si me preguntas mi preferencia personal, puede que ilógica, sea el papel.

Los libros en papel cambian con el tiempo, envejecen, se deforman si se han colocado mal, a veces pueden mancharse o ser colmados de garabatos, anotaciones y subrayados, pero son tuyos.

Ahora, el papel te convierte en un tenedor real de la propiedad de la obra real, no de la autoría pero sí del texto como fue publicado y que incluso podrás legar a alguien en el futuro ya que la copia digital no tiene derechos sucesorios, tus libros online no son del todo tuyos y por tanto no los puedes ceder.

El tener una copia en papel te hace un poquito más libre en un mundo en que cada vez somos menos… simplemente menos.

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